“La fotografía para mí, siempre fue desde el principio una forma de conectarme con el mundo”
¿Recordás el momento en el cual te interesaste por la fotografía?
Tenía como 9 o 10 años, mi vieja tenía un libro que se llamaba Wisconsin Death Trip, que son fotos de gente de hace mucho tiempo. Me acuerdo de que fue la primera vez que me di cuenta de que me iba a morir y mi razonamiento fue muy literal: -”Yo sé que esta gente existe por las fotos”.
Le pedí a mi mamá que me regale una cámara, la típica historia de la kodak chiquitita, y me dediqué a fotografiar todo lo que quería con la idea de que en 100 años, se sepa que estuvimos. En esa época tocaba el violín entonces saqué toda una naturaleza muerta del violín, les sacaba a mis mejores amigas, a los animales, a todo, y desde entonces saco fotos.
Ser fotógrafa o artista nunca se me había cruzado por la cabeza. Entré para estudiar antropología y mientras estaba en las clases me di cuenta que prestaba cero atención y lo único que hacía era mirar alrededor para ver a quién le podía sacar retratos en el patio y así empecé a copiarlo a Richard Avedon, traía la gente que me gustaba al patio, los ponía contra la pared blanca y después ahí un amigo me dijo: -“Che, ¿por qué no hacés un taller con Juan Travnik, que estás todo el día sacando fotos?” y ahí empecé a vislumbrar: -“Ah, uno puede ser fotógrafo”. Nunca se me había ocurrido, mi familia no tiene nada que ver con el arte, no estaba en mi mundo esa idea. Después fui a estudiar a ICP, más que nada porque en ese momento yo estaba con Martín Weber y él quería ir a ICP y yo dije: -”Bueno, vamos”. Una vez que empecé a estudiar ahí, ya supe que podía vivir de eso.
¿Cómo comenzaste con el trabajo el 6to día?
Yo estaba estudiando en el ICP en Nueva York. Justo estaban también Andrea Ostera, Jorge Vargas y Martín Weber en la misma clase conmigo. Y me acuerdo que estando ahí, como que empecé a tener imágenes de lo que quería hacer cuando volviera a Argentina. No podía parar de pensar en el campo. Me venían a la cabeza imágenes, colores fuertes. Algo quería hacer pero no estaba segura de qué era lo que quería hacer.
Y después cuando volví, empecé haciendo algo muy general, como los gauchos y las cosas más simbólicas del campo. Quería empezar a fotografiar de una forma que sentía que no se estaba haciendo, porque en la fotografía por lo menos hasta ese momento, el campo se mostraba de una forma estereotipada, por ejemplo, el gaucho cruzando al atardecer con el caballo el río. Y era más en la pintura o en la música que se contaban historias de ese ámbito.
Yo intentaba contar historias en el campo que sentía que no estaban siendo contadas o que nunca había visto contadas. Por un lado la parte de cultura argentina, y por otro lado, el ciclo de vida y muerte de los animales de granja, que es la historia quizás más universal de todo el trabajo.
Lo que siempre sentía cada vez que estaba en una granja o en un campo o con los animales, era que siempre estaban pasando cosas dramáticas, extraordinarias y que nadie les estaba prestando atención. Desde una gallina queriendo cruzar un alambrado, pero aparece un perro. Yo lo veía como algo súper dramático, y lo es, todo depende de cuánta atención le prestes a lo que está alrededor. De a poquito me di cuenta de que siempre estaba de rodillas, lo estaba haciendo siempre desde el punto de vista de otro animal. Sacaba las fotos, después las editaba, y empecé a angostar un poquito mi punto de vista y me di cuenta de que la historia se estaba dando con los animales, que ahí es donde estaba mi corazón, donde estaba la poesía y los cuentos.
¿Cuál era tu manera de acercarte a los animales?
Yo me acuerdo cuando hice la muestra en Benzacar, del sexto día, un amigo me dijo que alguien le dijo: -«Ah, esto está todo arreglado, los posó todos» y me causó tanta gracia, porque es imposible.
Sí tiene una cosa teatral, pero era simplemente mucho trabajo, hacerlo y hacerlo hasta que salga. Y quedarte tirada en el pasto con las gallinas veinte mil veces, por muchas horas, hasta que tenés lo que necesitás, lo que estás buscando.
Cuando se mata una gallina más o menos sabés la rutina, entonces yo les decía: -”¡Avísenme cuando! Y yo sabía que tipo de luz iba a haber, entonces me llevaba un reflector, y capaz los corría un poquito para que la luz esté mejor. Pero simplemente era estar presente y equivocarte y seguir hasta que salga.
¿Cuándo te diste cuenta de que el trabajo había terminado?
En un momento cuando ya estaba hacia el final del trabajo, ya sentía que no tenía mucho más para articular sobre el tema. Podía seguir sacando fotos eternamente, pero hay un punto en el que supe que más no podía decir. Hubo una escena de una jineteada, no recuerdo cómo es el nombre de ese juego, pero es cuando sueltan a todos los caballos que ya no sirven para nada y están todos esperándolos con los lazos y el truco es engancharles las piernas y que se caigan. Es muy cruel, es lo más cruel que vi. Recuerdo que dije: -”No, yo no tengo que mirar esto porque ya está, ya terminé”, y me fui. Después me sentí muy culpable porque para mí hacer estas fotos tiene que ver con ser testigo y rendirle honor a lo que sea que estoy fotografiando, entonces sentí como que estaba traicionando lo que estaba pasando delante mío, me acuerdo de esa sensación.
¿Cómo comenzó tu vínculo con Guillermina y Belinda?
Yo ya los conocía desde hace rato, porque mi viejo tiene un campo por ahí. Y antes de empezarles a sacar fotos yo ya los conocía. Yo me iba a lo de Juana todo el tiempo a tomar mate y charlar, y la grababa porque me gustaban las conversaciones y los monólogos que hacía.
Yo era simplemente parte del escenario. Era un poco más escéptica que los demás que pasaban, porque siempre estaba con la cámara. Pero no hubo un momento en el que tuve que pedir permiso. Siempre pido permiso hasta con mi familia, bueno o a mi familia quizás no tanto, pero siempre pido permiso. En este caso fue muy orgánico como empezó todo.
Y así las conocí a Guille y Belli, porque ellas estaban en lo de Juana siempre cuando estaba sacando fotos y al principio las echaba. Cuando se metían en las fotos las corría, porque yo estaba en otra. Y después, de a poquito, les empecé a pedir que se quedaran.
Primero empecé a fotografiarlas pensando en Dulces Expectativas. Yo tenía una cámara de video chiquitita, que usaba para filmar todo tipo de cosas para mí, no era para un proyecto ni nada, pero como me gustaban mucho sus conversaciones y la formas en las que se movían, yo las filmaba a la misma vez que les sacaba las fotos. Me acuerdo de estar mirando el video que era a color, alegre y estaba lleno de vida y comparando eso con las fotos blanco y negro me di cuenta de que estas fotos no tenían nada que ver con lo que estaba pasando adelante mío. Entonces ahí cambié la película a color y empecé a hacer un juego entre video y fotografía. A la noche ponía el video, ponía pausa y decía: -”Wow, por qué no puedo hacer fotos así? Entonces al otro día les decía: -”Bueno ¿por qué no jugamos a lo que estaban jugando ayer y yo las filmo?” y ponía la cámara de video en un trípode y les sacaba fotos mientras ellas actuaban para el video. Entonces la cosa teatral que tiene, es un poco por eso: porque era como un juego muy suelto.
¿Y cómo salían los temas de los juegos?
Los temas empezaron porque una vez que me di cuenta de que era un proyecto que quería continuar. Revelaba, después miraba a ver qué estaba pasando y empezaba a hacer listas sobre de qué se trataba la vida de ellas. De qué piensan que les va a pasar cuando sean grandes.
Y después hice una lista: matrimonio, niños, bebe, casamiento y después metía cosas que me preocupaban más a mí, por ejemplo muerte, pesadilla, sueños y todo esto era un juego entre lo que yo observaba de ellas y por lo que yo estaba pasando en ese momento. Entonces iba y les decía, – “¿por qué no hacemos de cuenta de que están en un funeral y se murió Belinda y vos tenés que hablar de su vida?
Y así se fue dando, lo estructuré un poco por los momentos que ellas consideraban que iban a ser cruciales en su vida y después con todas las sutilezas en el medio.
Entonces lo que lograba hacer con el video también y al jugar con ellas, era como que ellas se transformaron un poquito en estrellas de su propia vida.
¿Hay alguna manera de mirarlas que cambió con el paso del tiempo?
Hubo un momento, cuando empezaron a ser adolescentes, que por ser más grande que ellas -¿viste que cuando conoces a alguien de niño te cuesta creer que ya crecieron y que ya cambiaron?- yo les seguía proponiendo los mismos juegos e insistía en seguir mirándolas de la misma forma, quizás por no querer que se terminara. Y me di cuenta de que yo estaba haciendo eso, las estaba presionando y ellas ya estaban en otra. Ahí yo tuve que ajustar, las tuve que volver a conocer un poco y cambiar mi mirada sobre ellas.
¿Por qué pensás que tus trabajos son de tan largo aliento?
Para los trabajos hay un tiempo interno. Lo mismo que cuando termine esta entrevista: me voy a ir y voy a pensar todo lo que tendría que haber dicho distinto… hago lo mismo con las fotos. Después vuelvo y las hago de vuelta de otra forma, o les agrego algo.
Pero en el caso de “Guille y Belinda”, hay cambios que podés ver cuando tomás cierta distancia, que no los ves si estás en el medio o estás muy cerca. Y me interesa ver ciertos patrones que se repiten y también ver cuánto control tenemos sobre nuestras vidas y qué cosas ellas mismas predijeron acerca de lo que les iba a pasar: qué cosas se les hicieron realidad, a qué cosas de su personalidad pudieron o no escapar, y a través del tiempo podés ver esos cambios.
¿Cómo empezó tu trabajo sobre Palestina?
Empezó en una época en la que estaba viviendo en Nueva York. La parte norteamericana de mi familia es súper judía de Nueva York. Ahí leyendo los diarios, me empecé a enterar de lo que pasaba, no le había prestado atención antes a ese tema. Estaba leyendo lo de siempre, cómo se trataba a los niños, que tiraban piedras, que los mataban a balazos, todo eso. Decidí que quería ir a fotografiar niños en Palestina, quería ir a verlo, no tenía pensado un proyecto, simplemente quería ir.
Tiempo después un coleccionista me pregunto en que estaba trabajando y en ese momento yo no estaba trabajando en nada, pero si había estado tratando de conseguir laburos para ir a Palestina a conocer porque me daba mucha curiosidad lo que estaba pasando. Y de la nada me salió: – “Ah estoy haciendo un trabajo de Palestina”, para decir que estaba trabajando en algo. Y el tipo dijo “bueno, ¿cuándo vas?”, le dije “No, estoy viendo” y me dice “¿Cuánta plata necesitas?” (Risas) Ahí fue cuando las rodillas se me pusieron líquidas y dije “Tengo que ir”. Y cuando fui, me comprometí más todavía.
Hice dos viajes en 2003 y 2004 y tenía pendiente volver, pero recién este año sentí muy fuerte la necesidad de querer ir, miré todo el material y me di cuenta de que todo lo que edité lo edité mal, que elegí mal, que estaba muy involucrada emocionalmente con el tema entonces todas las fotos que elegí eran muy obvias. Me di cuenta de que había cosas mucho más sutiles y de repente me dije: -“Tengo que ir ya”.
Y la idea ahora es volver y fotografiar a esos mismos niños que fotografíe antes, fotografiarlos ahora que son adultos. Saber qué les pasó, cómo están después de todo ese tiempo. Creo que puede ser muy interesante.
¿Como pensás la manera o el formato de exhibir tus trabajos?
Depende el tipo de trabajos, por ejemplo ahora estoy trabajando en la serie Migrantes sobre migrantes centroamericanos varados en Tijuana, es un proyecto de varios fotógrafos de Magnum que decidimos ir todos a la frontera y que cada uno haga el tema de la frontera como quiera, yo decidí que solo quería fotografiar a la gente en los refugios. Me interesaba retratar a esa gente y grabar sus historias. Un trabajo como este no me interesa que se vea en una galería, en un circuito fotográfico, lo que más me interesa es que esté en el mundo. Me pasa eso con el trabajo de Palestina también, quiero que esté afuera, que sea visto. Los trabajos que tienen más que ver con algo social o algo que está pasando que me parece que tendría que entenderse de otras formas, o que tendría que haber más conversaciones acerca de esos temas, deberían ser vistos en otros ámbitos. Idealmente me gustaría hacer muestras en estados como Kansas, en los estados más republicanos y más conservadores de Estados Unidos y hacer muestras en supermercados, eso es lo que más me gustaría hacer, como para que a las fotos las vea gente que no está enterada, que realmente no sabe. Estamos viendo con el grupo de Magnum cómo hacemos algo parecido a eso, porque sería un esfuerzo conjunto esa parte.
En cambio con El Sexto Día o Las Aventuras no me gustaría mostrarlo así nomás, quiero que las copias sean hermosas, no quiero mostrar posters, para mí es importante la copia final de éstos. No me preocupa tanto el ámbito donde muestro las fotos de El Sexto Día o Las Aventuras.
Por otro lado en Black River Falls que es un proyecto que toma el nombre de un pueblo en Wisconsin en un estado del Medio Oeste de los Estados Unidos. Este trabajo se refiere al libro que yo vi cuando era chiquitita que se llamaba Wisconsin Death Trip, donde habían salido todas esas fotos que me habían impresionado tanto de niña. Es el único trabajo que desde el comienzo me lo imaginé en formato de libro.
¿De qué se trata ese trabajo?
Todavía me cuesta un poco articular de qué se trata, porque estoy en el medio de entenderlo. Pero no es un documental sobre el pueblo, es más un espacio psicológico. Es como volver atrás a un momento en el que la muerte se me hizo real. Y después, por ser el trabajo en Estados Unidos, por ser en el Medio Oeste, quizás también empieza a tener algunas connotaciones más locales, sociológicas de Estados Unidos.
¿Cuál es tu relación con el arte contemporáneo?
El arte contemporáneo no es algo en lo que piense para nada. Hago lo que hago y después quiero que esté en la mayor cantidad de lugares posibles, y me gustan las galerías de arte como me gusta un museo, como me gustan las fotos en la calle. No tengo nada desarrollado acerca de la relación de la fotografía con el arte porque lo único que me importa realmente es contar mis historias y después, que se vean lo más posible.
¿Cómo era tu proceso de trabajo cuando trabajabas con planchas de contacto?
La primera vez que hice una plancha de contactos fue de adolescente, estaba tomando clases de fotografía, el laboratorio era mágico.
Era estar en el auto apenas iba a buscar el rollo al laboratorio, la impaciencia de mirarlo y editar e ir viendo qué patrones hay en lo que estoy sacando, qué cosas obviamente estoy sacando mucho y por qué y qué puedo mejorar, qué tengo que repetir.
Hay algunas imágenes que ya sabés que son y a veces estás segura de que esa es la imagen y después pasa un tiempo y te das cuenta de que te equivocaste y que era la anterior o que ninguna. Y después siempre hay una o dos personas a las que pido ayuda para elegir entre dos, siempre necesito algún ojo.
¿Teniendo en cuenta que vivís afuera y trabajas en Magnun, te considerás una fotógrafa argentina?
Me considero una fotógrafa argentina, todo mi trabajo está formado por vivir acá, todo tiene que ver con estar acá. Mi sensibilidad… todo pasó acá. Tengo partes norteamericanas porque mi mamá es norteamericana y de chiquita todos los libros en casa eran en inglés, y ella tenía algunos libros de fotografía. Tengo ese lado de alguna influencia norteamericana pero todos mis trabajos y mis afectos son de acá.
¿Tenés una metodología de trabajo que recomendarías a quienes se inician en la fotografía?
Depende del trabajo, de dónde venga, de lo que quiera. No tengo una máxima, porque creo que no hay ninguna fórmula. Lo más importante es que tengas algo para contar, algo para decir, o algo que querés explorar y después encontrás tu forma para contarlo.
¿En el tiempo que atravesamos, qué tan importante te parece la imagen?
La imagen no me parece más importante que la palabra o la música. Con palabras podés hacer poesías, podes hacer una lista de cosas para hacer y también decir cosas horribles o decir pavadas. Las fotos para mí se vuelven importantes o espirituales cuando forman un discurso. Depende cómo juntes las fotos, la secuencia, el baile que hacés entre ellas.
Si solo pudiera haber una cosa en el mundo, si tuviera que hacer un orden de prioridades primero iría la música, luego la palabra y luego la imagen. Pero la imagen es lo que terminé haciendo, mi lenguaje. No fue una elección, me encontré haciendo fotos y la magia que tiene cada vez que puedo cristalizar algo que vi, o lo que sentí o algo que quiero contar y lo puedo cristalizar en una imagen esa magia no se va nunca.
Diciembre 2019